A menudo le explico a mis pacientes, una analogía muy simple y potente en cuanto
a contenido y significancia: “Nosotros somos como un árbol”.

Somos el resultado de una semilla vital de vida que proviene de la energía vital de nuestros padres. Como semillas terminamos, crecemos y nos desarrollamos, adaptándonos a las necesidades y circunstancias ambientales. Aquellas circunstancias van generando ineludiblemente efectos e influencias en nuestro desarrollo. Como niños en crecimiento vamos adaptándonos al medio y adoptando influencias, creencias, virtudes, valores, miedos, y patrones aprendidos desde la infancia.

Todas ellas, conformarán en nuestra vida adulta las raíces de ese árbol, ya como arboles formados (aparentemente desarrollados) nuestras ramas representan el aquí y el ahora de nuestras circunstancias, problemas, conductas y percepciones del mundo. Actuamos inconscientemente guiados por esas raíces, que nos pueden influir tanto negativa como positivamente.

Nuestras ramas, muestran las diferentes facetas, dimensiones y roles que vamos asumiendo con el desarrollo de la vida. En nuestro tronco, se guardan también todas las experiencias umbrales y gatillantes de nuestra vida de adultos. Las que a su vez, afectarán nuevamente las ramas y los posibles frutos que devengan de
ellas.

Las inclemencias del clima a veces cortan ramas, las estaciones nos hacen mudar
de estados y de ciclos, es parte de la experiencia de vivir. A mayor conciencia de la vinculación que existe entre tus raíces, tu tronco y tus ramas, tendrás más posibilidades de nutrirte, crear cambios y generar frutos fuertes en cada una de tus ramas.

Al igual que un árbol, como seres vivos estamos en crecimiento continuo. Al ser
seres espirituales y pensantes tenemos la posibilidad de elegir y crear nuestra realidad. Por lo tanto la posibilidad de cambio y mejora es posible sea cual sea tu situación.

¿Conoces tus Raíces?¿Tu Tronco?¿Tus Ramas?